¿Vida en Marte?

II

Después de unos primeros años de talleres y tentativas en los que acumuló diez o doce cuentos potables —cuentos que llegaron a un callejón sin salida en el laberinto de las correcciones—, Chamot se dedica a buscar concursos literarios, elegir y ajustar sus textos, imprimir papeles, hacer envíos postales. Sus intentos fracasan una y otra vez y no tarda en concluir que la calidad literaria es solo uno de los factores en juego en el éxito de su proyecto, ni siquiera el más importante. Acostumbrado a organizar su trabajo en términos mercantiles, se postula al mayor número posible de concursos, adapta los cuentos a las que se imagina son las preferencias del público en general y de cada jurado en particular, recorre la periferia del oficio: con la misma mano con la que suprime oraciones y párrafos prescindibles puede dilatar frases, ampliar márgenes y encontrar usos novedosos de la puntuación que le permitan llenar carillas; medita largamente los títulos de sus cuentos, corrige una y otra vez el primer y último párrafo de cada uno suponiendo que ahí se dirime su suerte; adopta identidades falsas para abarcar más territorio y envía cuentos a cada municipio bonaerense y cada sociedad de fomento chilena y a cada ayuntamiento español que se cruza por su camino.

Al cabo de un año y medio, acaso por pura justicia estadística, un correo electrónico lo notifica de que su cuento ¿Vida en Marte? —la historia de un economista que choca contra una realidad irreconciliable con los ideales de su juventud—, obtuvo el segundo lugar en el IV Certamen de Relato Breve de la Secretaría de Cultura de Albahaca la Grande. Su segundo puesto lo hace acreedor de 500 euros que, considerando que no tiene cuenta bancaria en España y que una transferencia internacional no solo licuaría buena parte del valor sino que francamente excede las capacidades de la Secretaría de Cultura, no tiene forma de cobrar. El Secretario, Sr. Paco García, le propone guardar un cheque sin vencimiento que el autor podrá retirar la próxima (primera) vez que visite España. Chamot, que siempre estuvo más interesado en validar su trabajo que en el dinero del premio, accede con gusto.


IV

Por un tiempo intercambia uno o dos mails semanales con María Paz, en los que ella le hace pedidos y sugerencias: cambiar el orden de los cuentos, sacar alguno, acortar otro. (Chamot siente un especial placer cada vez que encuentra el nombre de la editora en su bandeja de entrada y muchas veces se distrae de la redacción de una respuesta para posar el puntero del mouse sobre ese nombre e invocar una foto apenas distinguible en la que María Paz sonríe frente a alguna montaña del norte o del sur argentino). Ambos coinciden en que ¿Vida en Marte?, el cuento más sólido del conjunto, debería abrir el libro y titularlo. Una vez que los dos quedan conformes con el texto, María Paz le encarga una pequeña biografía o currículum literario para incluir en la primera página del libro. Chamot tiene poco para agregar a su segundo premio en Albahaca la Grande, así que completa el párrafo con vaguedades del estilo “participó en diversos talleres y certámenes nacionales e internacionales”.

En este punto se interrumpen las comunicaciones. Chamot supone que la mayor parte del trabajo recae ahora en la editorial y lo mejor que puede hacer es olvidarse por un tiempo de su libro. Hace algunos intentos, mayormente infructuosos, de empezar nuevos cuentos; juega con la idea de planificar un relato largo, una novela o novelita, pero desiste no solo por su dudosa ejecución sino por franca compasión hacia los posibles lectores; se concentra, por último, en sus clases de economía en la facultad. Durante ese período no deja de revisar compulsivamente su bandeja de entrada. Cuando se cumple un mes exacto del último mensaje de María Paz, le escribe para preguntarle si tiene novedades. Recibe una respuesta en la que la editora se disculpa por el silencio de las últimas semanas, le asegura que no se olvidaron de él pero también le dice que surgió un problema. Le adjunta las bases del concurso de Albahaca la Grande, de las que transcribe un fragmento:

Los cuentos premiados quedarán en propiedad de la Secretaría de Cultura del Ayuntamiento de Albahaca la Grande, a todos los efectos, bien para edición impresa, retransmisión por radio, prensa, o televisión, grabación sonora, escenificación etc., o autorizar su publicación, entendiéndose que el autor o autora renuncia a todo derecho relacionado con su obra en el momento de aceptar el premio.

María Paz le explica que técnicamente el cuento no es suyo y que una editorial independiente no puede exponerse a una violación de propiedad intelectual y ni falta hace aclarar que el libro no funciona sin ¿Vida en Marte?, su mejor relato.


VI

Chamot aterriza en un Madrid otoñal, frío y lluvioso, en el que pasa dos días sin alejarse del casco antiguo. Un tren lo lleva hasta Málaga, de clima más agradable, donde apenas duerme una noche, y a la mañana siguiente se toma otro tren y un micro siguiendo las indicaciones que recibió en el hotel. Durante el trayecto —ese largo y chicloso trayecto que inició en Buenos Aires, cuya sucesión de ventanillas y paisajes se derrite ahora en su cabeza—, casi olvida la desesperación que lo llevó hasta ese lugar; se imagina la próxima ciudad y su gente, lo embelesa la idea de que alguien, aunque sea una sola persona, lo haya leído en una tierra tan lejana y que incluso haya decidido distinguirlo con un premio.

El micro se separa apenas de la ruta para dejarlo en la entrada de lo que decididamente es un pueblo y no la ciudad que estaba esperando. Empieza a trepar por una calle empinada y zigzagueante, cercado por una hilera de casas escalonadas, todas blancas y muy parecidas entre sí, y desemboca en la plaza principal de Albahaca la Grande, una encrucijada de cemento con un par de árboles. Identifica la Iglesia y el edificio del Ayuntamiento, ambos cerrados; hay varios autos estacionados pero Chamot está solo en la calle. Entra en el único lugar donde se percibe algún movimiento: una cantina, sorpresivamente repleta si se considera que es media mañana, como si todo el pueblo estuviera ahí metido. Chamot llegó con intención de hacer averiguaciones inmediatamente pero recapacita y toma asiento en el último rincón de la barra. El ruido de cubiertos y los gritos de los comensales se mezclan con el zumbido de un pequeño televisor instalado cerca del techo. Como no tiene hambre, se limita a pedir una caña; para su confusión le traen un vaso más bien chico de cerveza y una cantidad generosa de pan con jamón crudo.

En lo que demora en terminar la comida, el local se va vaciando. ¿De ónde viene, pue?, le pregunta el dueño, del otro lado de la barra, aunque a Chamot le lleva un tiempo descifrar el acento cerrado de Andalucía. Explica que vino de Argentina a recibir un premio por un concurso literario. El cantinero lo mira curioso; Chamot aprovecha para preguntar por la dirección de la Secretaría de Cultura. ¿Secretaría de Cultura?, pregunta extrañado el cantinero y después agrega: Han de ser cosas del Paco. Chamot recuerda al hombre con el que había arreglado el asunto de su premio, Paco García, y le confirma que efectivamente es a él a quien está buscando. El Escritor del Pueblo, sentencia el cantinero. Le indica cómo llegar a la casa de García. Chamot paga y sale al calor del mediodía.

(Le simpatiza la idea de que Escritor del Pueblo sea un rol establecido, un oficio del que alguien se tiene que hacer cargo como el de cura, maestro o carnicero; lo compara con su título de Actuario, una profesión abstracta que solo tiene razón de ser en el anonimato de las ciudades. Se pregunta si existirá algún lugar en el mundo en el que él pueda ejercer aquel rol).

La casa de Paco García está a un par de cuadras de la plaza y no se diferencia de las otras casas de Albahaca la Grande: dos plantas, fachada blanca con una pequeña guarda de cerámica cuyas líneas rectas están en claro conflicto con la pendiente de la calle. No hay timbre. Chamot golpea la puerta y aplaude, pero nadie contesta. Vuelve a la plaza y se acerca al edificio del Ayuntamiento, que sigue cerrado. Se asoma al portal de la Iglesia, que sí está abierta, pero se da cuenta de que no tiene ningún interés en entrar ahí.

No hubo suerte, pue, lo recibe el cantinero. Chamot pregunta por los horarios de atención del Ayuntamiento, quizás pueda encontrar al escritor ejerciendo sus funciones en la Secretaría de Cultura. El cantinero le regala una sonrisa condescendiente: Verá, es que eso de la Secretaría… Vaya, que seguro se lo habrá inventao el buen Paquito. Le explica que, si el escritor no está en su casa, su mejor opción es esperar ahí: si uno espera lo suficiente en la cantina, tarde o temprano habrá de cruzarse con todos y cada uno de los habitantes del pueblo. Chamot pide otra caña a regañadientes y recibe otro sánguche de jamón crudo. Se distrae masticando, los ojos puestos sin mirar en la pantalla del televisor, no advierte al cantinero que murmura algo y se desplaza hasta un mostrador donde se exhiben postales y folletos turísticos de la región. Vuelve con un librito en la mano y se lo tiene que poner en las narices a Chamot para arrancarlo de su ensimismamiento. Aquí lo tiene, le dice. Chamot lee el título, extrañado: Provincias. Una obra de Paco García. Le saca el libro al cantinero y se encuentra en primer lugar con una foto del autor en la solapa, sentado en esa misma barra: García es un hombre de su misma edad, con anteojos de marco grueso, inexplicablemente envuelto en una capa y con ambas manos apoyadas en un bastón. Pasando las páginas encuentra un prólogo de diez líneas que Chamot no se detiene a leer, firmado por un tal Ramón Torres Rico; el cantinero señala el nombre al pie de la página y le sonríe: Su servior.

Se trata evidentemente de un libro de cuentos. Chamot recorre el índice hasta toparse con un título que llama su atención, sin poder explicarse por qué: Exilio en tierra propia. Le basta leer la primera frase para advertir que no es otro que su cuento, ¿Vida en Marte?, con el título cambiado: ahí están las melancolías del economista porteño, el primer párrafo corregido hasta el hartazgo, el final abierto de ritmo atropellado. Chamot revisa la tapa y la contratapa, lee apuradamente el prólogo; en ningún lado se usa la palabra antología ni se hace referencia al concurso ni a ningún autor más que al propio Paco García. Sencillamente le robó su cuento, y supone que hizo lo mismo con todos los demás de la colección.

Chamot suelta el libro y mira hacia la plaza de Albahaca la Grande. Está oscureciendo, la gente vuelve a sus casas. Consulta al cantinero sobre la posibilidad de pasar la noche en el pueblo y no le sorprende escuchar que su mejor opción es un cuarto en la propia cantina. Llama por teléfono al hotel de Málaga y avisa que va a retrasar su regreso. Antes de irse a dormir, le pregunta al dueño si tiene una computadora que pueda usar y este lo conduce al living de su casa, en la trastienda de la cantina. Chamot le escribe a María Paz un correo cuya intención inicial era estirar la mentira de sus “negociaciones con los españoles” pero que rápidamente deriva en un recuento confuso del paisaje andaluz, la arquitectura del pueblo y la vida “de provincias”, tan diferente a la de Buenos Aires, y de cómo todas estas cosas se relacionan con el ejercicio de la literatura. Concluye diciendo que cree que el lugar a ella le gustaría, como si la conociera lo suficiente para hacerse alguna idea de lo que a ella le gusta o deja de gustarle, como si la conociera de algo más que un puñado de correos y una foto borrosa.

Le cuesta trabajo dormirse bajo un ventilador que remueve ruidosamente el aire caliente, envuelto en la remera que usó todo el día (y que él percibe llena de sudor y de polvo), acosado por imágenes del micro, calles del pueblo, Paco García en la cantina y María Paz en la montaña, mezcladas con las infinitas variaciones que pronostica para el día siguiente.


A la mañana desayuna y hace una nueva peregrinación a la casa de García, más por cambiar de aire que por la expectativa de encontrarlo. Cuando se cansa de esperar a la puerta del Escritor del Pueblo, vuelve a la cantina y se apuesta en la barra; ahuyenta con un gesto al dueño que se aproxima con el menú: se agotó su tolerancia para el jamón crudo.

Se entretiene leyendo Provincias, primero su propio cuento y luego el resto del libro. Nota que hay ligeras correcciones de nombres y expresiones para “españolizarlas” pero fuera de esto Paco García respetó su obra al mínimo detalle. Nota también que la diferencia de estilos y calidades entre los cuentos es palmaria, evidente incluso para un lector distraído. Razona que el libro no debe haber sido muy leído, que probablemente no haya circulado fuera del pueblo, quizás ni siquiera fuera de la cantina. (El local empieza a poblarse de gente, tal como lo encontró al llegar el día anterior; Chamot sigue pasando las páginas, aunque sin concentrarse del todo en lo que está leyendo, como buscando un indicio, como si esperase que algo le salte a la vista). Razona que, a diferencia suya, a Paco García no le interesaba para nada escribir ni ser leído, sencillamente quería ser publicado; que, posiblemente, el gran deseo de su vida era el de alcanzar el status de Escritor del Pueblo, una meta que, bien mirada, es igualmente modesta que la suya. Admite que, en el fervor de su deseo, García tuvo incluso la generosidad de incentivar y financiar el trabajo de otros escritores, entre ellos el del propio Chamot, y que ese gesto lo redime. Por primera vez desde que llegó a España, Chamot se relaja y sus ojos, antes dolidos por el esfuerzo de la introspección, van recuperando el foco y le permiten distinguir lo que lo rodea: las mesas y el televisor, el cantinero semioculto por las copas y las pilas de pan, la plaza y el sol del mediodía empujando por la puerta abierta, los comensales como tentáculos de un único cuerpo que se agita y el cuerpo único del Escritor del Pueblo, con su capa y su bastón y sus anteojos gruesos, la viva imagen de la solapa de Provincias, sentado frente a él, sonriendo ante la perspectiva de un flamante compañero.


(2019)



2023-05-03 #ficción
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Facundo Olano Chamot se dedica a buscar concursos literarios, elegir y ajustar sus textos, imprimir papeles, hacer envíos postales. Adopta identidades falsas para abarcar más territorio y envía cuentos a cada municipio bonaerense y cada sociedad de fomento chilena y a cada ayuntamiento español que se cruza por su camino.